Bogotá está a pocos días de terminar la catastrófica Alcaldía de Enrique Peñalosa y la historia le reservará el lugar del peor alcalde de la ciudad y del país en el cuatrenio.
Bogotá se ha convertido en la ciudad más costosa de Colombia y casi la mitad de quienes la habitan piensan que es mejor irse a un municipio aledaño, huyendo del alto costo de vida. Uno de cada tres hogares sienten que su situación económica ha empeorado y todos los días se enfrentan a impuestos caros, malos salarios, robos callejeros y a la negación de sus derechos. El empobrecimiento de los estratos populares y de la clase media se debe al atraso económico de Bogotá y a la decisión de múltiples alcaldes de entregarle la ciudad a un grupo minoritario de magnates criollos y extranjeros que han convertido los derechos básicos de la población en sus lucrativos negocios, una de las peores manifestaciones de la corrupción.
Seis de cada diez personas que quieren trabajar están desempleadas o viven del rebusque y a merced de la persecución del Alcalde; más de un millón de hombres y mujeres cuentan con solo 9.000 pesos al día para alimentarse, transportarse y pagar un techo; y lo que les queda deben usarlo para pagar los costosos servicios públicos, educación y salud. Más de 2.000 personas mueren por la contaminación del aire cada año y la educación de alta calidad sigue siendo un privilegio en lugar de un derecho universal.
El sistema de transporte y los desesperantes trancones son la máxima muestra del desprecio del Alcalde por el tiempo de los capitalinos, quienes gastan más de una hora transportándose a sus trabajos u hogares, privándose de compartir con sus familias y amigos, recrearse o educarse. El servicio de Transmilenio y del SITP es tan malo que si fuera gratuito sería costoso, pero es tan caro que uno de cada ocho bogotanos no tienen como pagarlos.
En contraste, una minoría de magnates criollos y extranjeros se han enriquecido con el sufrimiento de la gente. Bogotá es la más desigual entre las 13 ciudades más grandes del país. Importadores y multinacionales hacen fiesta con la destrucción de las empresas bogotanas y de los empleos formales y estables. Los fabricantes y operadores de buses de Transmilenio se llenan sus bolsillos con un servicio malo y caro. Servicios públicos como la energía eléctrica, el alumbrado público y el aseo, están en manos de banqueros y compañías extranjeras que se lucran con tarifas escandalosas.
Mientras la inmensísima mayoría de los capitalinos no tiene una calidad de vida decente, unos pocos se han enriquecido gracias a los abusos de poder y los negocios corruptos de Peñalosa. A dos inversionistas que financiaron su campaña les valorizó un negocio inmobiliario en Chapinero en más de $600 mil millones de pesos y a los consuegros de Juan Manuel Santos, que también le dieron plata para la campaña, les quiere entregar jugosos contratos en el espacio público. Volvo hizo su mejor negocio en diez años vendiéndole a Bogotá 700 buses que ya no puede vender en Europa por sus altos niveles de contaminación. Para seguir mejorando el negocio de Transmilenio, Peñalosa pretende imponerle a Bogotá un metro caro, malo y privatizado.
Este gobierno ha promovido las talas indiscriminadas de árboles e impone canchas sintéticas en parques en contra de la voluntad de la gente, aun cuando distintas alertas llevaron a que científicos y autoridades de Estados Unidos pidieran corroborar sus impactos negativos en la salud. Su desprecio por el medio ambiente y su deseo de amarrar 48 billones de pesos en meganegocios podrían llevar a las proximas administraciones a limitarse a administrar los contratos del alcalde vendedor de buses. Siguiendo los lineamientos de Duque, Peñalosa la promovido la llamada “economía naranja” que reduce el arte y la cultura a un negocio de las multinacionales del entretenimiento y se ha destacado por intentar feriar y marchitar empresas públicas como la ETB.
En sus últimos meses, Peñalosa pretende imponer un POT hecho a la medida de los especuladores inmobiliarios a costa de arrasar la vivienda de los barrios tradicionales de la capital y de la Reserva Van der Hammen, los Cerros Orientales, los Humedales y el Río Bogotá.
Bogotá necesita un cambio de rumbo, no será fácil o rápido lograrlo, pero la dignidad de esta ciudad emergerá con la razón, sin engañar y votando bien para ponerle fin a la pesadilla peñalosista.
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